miércoles, 30 de septiembre de 2009

57

Estás en la playa; es martes. Un pasaporte impregnado de olor a tabaco y olor a otra playa se haya en tu mano escondiendo entre sus pliegos la navaja sin filosofía que se te ha dado en comodato. El pasaporte no puede llevarte a ningún lado, pero te invita a viajar, y la navaja es tu salvoconducto. Es martes y es hora de que pasen cosas, así que alguna cosa como una jirafa de tela que se aparece entre la arena para contarte la historia de mis dos corazones pasa. Te dice que el primero era bastante defectuoso, y un día me fue arrebatado por una jauría de perros y perras, que logré rescatarlo y que solía cargarlo en mi siniestra la traidora, hasta que en una fría noche de enero lo guardé en una cajita de arcilla mientras escuchaba el disco que siempre me da escalofríos; te cuenta, del segundo corazón, que lo mandé a hacer de silicio puro, que es un prodigio de la tecnología alquimista y que bate a un ritmo sincopado que hace que a veces me provoca la sensación de estar bailando aunque mi cuerpo permanezca inerte. Te dice, al fin, que efectivamente mi melodía acusa armonía menor-siete-bemol-cinco, que tiene esas palabras que a veces suenan así, como costillas y cosquillas, y que mi verso a veces tiene ese tipo de caprichos que hacen de Si un sí o hacen de arcilla y conducto y salvoconducto un juego donde se asoman un poquito de mis siempre herméticos pensamientos; que muchas veces, cuando preguntas en qué pienso y respondo en tono de broma que pienso en ti, no sabes que es alto el porcentaje de sinceridad en esa respuesta. Antes de despedirse, te dice que podría ser ella la que te contara todos esos y muchos más secretos, pero que prefiere callarlos para que algún día tomes el pasaporte y en un avioncito de arcilla y alquimia llegues hasta la estatua y nos tiremos con la boca uno a uno los velos que cubren nuestra desnudez de corazones, así, en plurales, pues habremos de contar mi par, tu unidad y las unidades que nazcan de nuestro amor, que soy yo el amor, y eres tú, como el cangrejo y el andar que somos, y que silencio, niña, que los secretos no se escriben sino se cuentan muy quedo en la oreja, de noche y pretendiendo caber en el bolsillo del receptáculo de nuestros cantos quietos con melodía a veces melancólica que dice así, y que puedes ensayar con una piedra, puedes recogerla y decirle rojo o rojo sangre o rojo vino, pero más afrutado, pero no debes demorar demasiado ensayando pues habrá alguien que te entienda, o no te entienda, pero que en todo caso no debes poner demasiada atención porque es de ese tipo de juegos de donde nacen las buenas eras para inventar mundos, como el que ya te está inventando un decadente de corazón que sueña con jirafas playeras y chocolates y té de canela y tazas enormes y tiernas hamacas al descanso y sonrisas-todo-va-bien y caricias-que-yo-te-resguardo y miradas-que-ya-te-encontré y besos redondos que se quedan calladitos esperando cuando la distancia parece una sencilla condición que habrá de diluirse el día que llegues. Luego, la jirafa se va perdiendo en la arena mientras la sinfonía de las olas y el viento te recuerda que, en efecto, algún día habrás de llegar.

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