Universo en expansión. Lo que es pulgada será legua, o visto desde otra magnitud, lo que toma segundos requerirá años. No puedo pensar en mejor remedio para el insomnio que dar por válidas tales afirmaciones y aceptarlo todo: que los estadios transcurridos no llevan ni llevarán al génesis, que lo dilatado no es conquista sino reto y que la distancia es precisamente lo que se me ha enseñado: una magnitud vectorial sin dirección ni sentido. A dónde, Cuándo y Cuánto son los nombres de los modernos saltimbanquis que amablemente torturan los segundos que acontecen sin sucederme mientras su única pertenencia -su materia misma- se extiende por la habitación. El primero de los visitantes es un viejo conocido mío, así que no reparo demasiado en su acto que conozco tan de memoria: sé que la pólvora que carga en su barril será colocada en el cañón al cual está a punto de montarse, que se proyectará por la ventana en pocos segundos y que lo interesante del acto no es la osadía de la explosión sino la trayectoria que siempre resulta errática, pero al fin no volteo a ver el lugar de su aterrizaje, pues uno nunca puede calcular la caída; si lo sabré yo, que me he arrojado miles de veces hasta lograr ejecutar el truco a la perfección. El de la segunda pista -de los tres, el saltimbanqui por el que siempre he tenido las mayores de las simpatías- ha tendido de un extremo al otro de la habitación su cable y juega a que es inexperto: por unos segundos su tambaleo sugiere que está a punto de perder el equilibrio y recita entre jadeos los versos que nunca he escrito pero que conoce muy bien por habitar, cuando no tiene función, en una tienda de mi imaginación y, justo cuando parece que al fin va a caer, se planta con ambos pies en el cable y de pronto su caminar es tan perfecto que como el recorrido de un péndulo y su oratoria digna de aplausos. Podría yo pasar la noche entera viendo su acto, pero debo al menos por cortesía voltear a ver a la tercera pista, donde se encuentra Cuánto, quien ha venido desde Kerala para mostrar sus artes y mantiene su juego de sostener en sus manos apenas por unos instantes alguno de mis temores para luego echarlo por los aires al tiempo que toma otro de mis temores que será a su vez echado por los aires y esperará su turno para llegar de nuevo a las manos del malabarista hindú que apenas puede continuar con tantos miles de temores. Se me ocurre que para lograr un cambio debería arrebatarle uno de los temores, acaso uno de los pequeños o acaso uno de los grandes para ayudarle más, o que de todas las artes la que realmente debería apreciar más es esta, que me permite engañarme por siempre con la ilusión de que es sólo uno el temor, aunque este cambie a cada instante. Se me ocurre también que podría acompañar por siempre a Cuándo en su cable y postergar la llegada a la orilla, sin importar que el espacio en el cual habría de continuar mi vida entera se viera de pronto tan reducido, con tal de no llegar a tal orilla desconocida, o lanzarme una vez más del cañón para ver si es posible escapar de toda gravedad y quedar suspendido por siempre en medio de dos planetas; y yo, de tener la certidumbre de la razón de mis actos, haría cualquiera de esas cosas. Pero Porque, la mitad que necesita Por qué, el más viejo de todos los habitantes de mi mente, para realizar la más grande de las hazañas que haya podido contemplar el ser humano, como siempre está ausente en la función, dejándome con los mismos caprichos mentales y dando una vez más por inválidas las conclusiones a las que podría llegar esta o cualquier noche: otra vez a pensar en si los estadios, en si la extensión o el pensamiento, en la cordura. De poder pedir algo, pediría escapar.
[I'm leaving
but i'm not ready
nor set].
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