No quisiera volver a estar sobrio. Hoy no me he metido nada, pero apenas son las once de la noche y aún tengo las 32 pastillitas bonitas de amor rosita que escupí en mi mano izquierda y luego guardé en el bote de chocolates confitados durante la crisis de la jota. Vaya que puedo escribir más de diez palabras; es bueno saber. Creo que voy a engordar. Estuve escuchando Loveless de My bloody Valentine y sentí mucha nostalgia por los días en que mi función serotoninérgica era normal. En alguna de las fiestas de Regina conocí a un tipo que presumía poder conseguir Plenur y yo no recuerdo haber apuntado su teléfono ni haber considerado la posibilidad de mezclar mis pastillitas bonitas de amor rosita con litio; qué simpático me cargaba en esos días.
A todo esto, me han dado ganas de irme a la playa. Quiero ver una nao; sé que ya no llega la nao, pero qué tal que aún llega un barco de China y me puedo meter de polizonte en él; cuando me atrapen podría imitar el cantonés que inventa El Fantasma cuando quiere fastidiar a los meseros de barrio chino y ponerme a lavar pisos hasta llegar a Shanghái de gratis. Por cierto que al pensar en El Fantasma me han dado unas ganas enormes de estar en la playa con ella; y de vomitar, pues he recordado también que hace mucho que no vomito y que he bebido demasiada soda, y que el día que llevamos a Lalito al zoológico no vomité por muchas ganas que tuve, y que ese es un gran logro. El Fantasma me llena de logros. También he estado pensando en escribir aquello de la estatua a manera de novela, porque es un maldito cuento de hadas hecho realidad por un dios irónico y malvado que un tipo como yo espere por meses sentado frente a una estatua llamada Sátiro y Amor a que un fantasma aparezca, me tome de la mano y yo la siga ciegamente. Y de todos modos no soy más que un personaje, para lo que importa; el litio, los recuerdos de Regina y todos esos accidentes no adquieren mayor importancia sino cuando esos eventos forjan la máscara con la cual salgo a escena. Ya debería dejarme de ser tan etimológico. Estupida herencia grecorromana.
A todo esto, me han dado ganas de irme a la playa. Quiero ver una nao; sé que ya no llega la nao, pero qué tal que aún llega un barco de China y me puedo meter de polizonte en él; cuando me atrapen podría imitar el cantonés que inventa El Fantasma cuando quiere fastidiar a los meseros de barrio chino y ponerme a lavar pisos hasta llegar a Shanghái de gratis. Por cierto que al pensar en El Fantasma me han dado unas ganas enormes de estar en la playa con ella; y de vomitar, pues he recordado también que hace mucho que no vomito y que he bebido demasiada soda, y que el día que llevamos a Lalito al zoológico no vomité por muchas ganas que tuve, y que ese es un gran logro. El Fantasma me llena de logros. También he estado pensando en escribir aquello de la estatua a manera de novela, porque es un maldito cuento de hadas hecho realidad por un dios irónico y malvado que un tipo como yo espere por meses sentado frente a una estatua llamada Sátiro y Amor a que un fantasma aparezca, me tome de la mano y yo la siga ciegamente. Y de todos modos no soy más que un personaje, para lo que importa; el litio, los recuerdos de Regina y todos esos accidentes no adquieren mayor importancia sino cuando esos eventos forjan la máscara con la cual salgo a escena. Ya debería dejarme de ser tan etimológico. Estupida herencia grecorromana.
.
1 comentario:
persona.
(Del lat. persōna, máscara de actor, personaje teatral, este del etrusco phersu, y este del gr. πρόσωπον).
Real Academia Española © Todos los derechos reservados
Publicar un comentario